viernes, 16 de octubre de 2009

Hambre y sociedad

Por GLORIA ARIAS NIETO



EL hambre es el peor asesino de la humanidad. Cada año causa más muertos que la suma de las víctimas por Sida, malaria y tuberculosis; más que el terrorismo, los tsunamis o el narcotráfico.

El hambre -hija de nadie y de todos- comparte mapas con la pobreza y la ignorancia, la marginación y el desempleo. Es causa y efecto de las más duras expresiones de caos político y social, y como el suyo es el dolor de las “víctimas invisibles”, nadie responde por los 1.200 millones de personas que cada noche se acuestan con hambre.

Por favor, cuente con el segundero de su reloj, o con los latidos de su corazón: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Pasaron seis segundos y en algún lugar acaba de morir un niño, por una causa relacionada con el hambre.

Siete, ocho, nueve, diez, once y doce: otro angelito, y sus venas parecen cordones de miseria, entre las arrugas de su piel.

Hoy se cumplen 30 años de la proclamación del Día Mundial de la Alimentación, por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO.

Con ojos ácidos podría pensarse que el 16 de octubre es un día en el que algunos de los más ricos vuelven la mirada sobre algunos de los más pobres, para firmar promesas y aletargar la conciencia; y así, los otros 364 días, dormir cómodamente sobre colchones de trigo, y mover a su antojo los hilos de la especulación.

En medio de mares podridos por la insolidaridad, surgen islas redentoras: En cinco mil camiones, 70 aviones y 30 buques, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas reparte comida en los 80 países más pobres de la Tierra. Es la organización de ayuda alimentaria más grande del mundo, y el año pasado evitó que más de 83 millones de personas murieran de hambre.

Sin hacer ningún cambio en la biología, los suelos o la agricultura, el planeta tendría hoy suficiente alimento para proporcionarles a todos y cada uno de sus habitantes, una nutrición sana y adecuada. Bonito. Sin embargo, cada día 25.000 personas mueren de hambre.

Lo más grave de esta historia es que Dios no hizo un mundo estéril, ni la tierra está envenenada por dentro. Son los dedos de los países salvajemente ricos, los portadores del anillo Borgia, siniestro y envenenado.

No somos un mundo pobre por naturaleza: somos un mundo inequitativo, mal repartido y peor administrado. Lo más cruel que tiene el hambre es que no es el resultado de un designio incontrolable, sino la consecuencia de una conducta humana, adoptada por los dueños del poder.

Con una lógica cimentada en la ética, la conciencia y el conocimiento, el escritor y economista Fernando Suescún plantea la necesidad de construir una “democracia económica”, que incluya a quienes tradicionalmente han estado excluidos. Un manejo humanitario de la economía, con criterios universales de justa y pacífica redistribución, evitaría que un tercio del planeta siga muriendo de pobreza, mientras los otros dos -gordos, indiferentes y vivos- mueren de egoísmo.

ariasgloria@hotmail.com


Tomado de El Nuevo Siglo, octubre 16 de 2009



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