lunes, 26 de abril de 2010

La Iglesia a debate...



24 Abr 2010 El Espectador

Pederastia: un problema de poder

Por: Humberto de la Calle Humberto de la Calle

CLARO QUE LOS CURAS QUE ABUSAN de menores incurren en una seria transgresión moral y criminal. Pero por encima de eso, hay aquí un problema de poder.

Una lucha entre los deseos ancestrales de la Iglesia Católica de escapar a la jurisdicción civil, enfrentados al crecimiento de la sociedad secular que, con fundamento en el principio de igualdad, cree que en un Estado aconfesional, todo delincuente, con o sin sotana, debe someterse a la jurisdicción ordinaria, sin perjuicio de sus responsabilidades sacramentales.

El asunto no es nuevo. Incluso, en el Concordato la Iglesia se reservó ciertas condiciones favorables en el juicio a los clérigos. Estableció también el secreto del juicio y ciertas condiciones para la detención, todo lo cual tuvo que ser tumbado por la Corte.

Podrían tener razón los prelados cuando dicen que este no es un mal exclusivo de la Iglesia, que se nota cierta sevicia en los ataques y hasta podría admitirse que las sugerencias impartidas para no denunciar el hecho ante los jueces no provienen de una falta de condena de estos comportamientos en el seno de la Iglesia, sino de un viejo atavismo corporativo.

Pero no la tienen cuando reducen el asunto a la supuesta cólera de los detractores y a las enseñanzas de Voltaire. Como tampoco la tienen cuando algunos, como monseñor Córdoba, despachan el asunto mostrando que la estadística no es tan abultada. Un reduccionismo inaceptable.

Cuando la jerarquía vaticana ha aplaudido a los superiores que han callado ante los jueces, lo que en realidad está haciendo es tratar de mantener la vieja idea de que la Iglesia es una sociedad hermética, inmune al poder civil. Y lo que irrita es precisamente eso. No sólo la gravedad del delito, sino la orden de tapar. Todo esto se deriva de la vieja concepción canónica de que hay que ser duro contra el pecado pero magnánimo con el pecador. Como postulado general, puede ser interesante. Pero en presencia de un delito, es al Estado, en representación de la sociedad democrática, a quien corresponde dosificar el grado de magnanimidad o dureza.

Tampoco es válido el alegato de monseñor Castrillón difundido por RCN, porque se basa en dos sofismas y una contradicción: es cierto que la ley civil no obliga a entregar los hijos a la Policía. Pero asimilar los nexos de familia con la Iglesia no pasa de ser una metáfora propia del culto, pero inviable en un razonamiento serio. Clama el prelado por el debido proceso. Pero el truco está en suponer que los juicios estatales no respetan ese principio, como si fuera monopolio de competencia canónica. Y, por fin, cuando monseñor insiste en que la Iglesia lava su ropa sucia hacia adentro, está en contra de las últimas decisiones del Papa Ratzinger, quien, hay que reconocerlo, viene tratando de enmendar.

Escribo esto sin bilis, querido padre Llano. Aunque no estoy bajo la jurisdicción vaticana, tengo profundo respeto por los católicos de verdad, por la doctrina social de la Iglesia y por muchos curas que me distinguen con su amistad.

Y un asunto final, monseñor Castrillón: ¿Dice usted en serio que todo esto es una conspiración de la masonería? Qué parecida esta disculpa a la de un gobernante vecino cuando afirma que los apagones en Venezuela son resultado del sabotaje de unos colombianos vendedores de helados.


Alfonso Llano Escobar



El 94 por ciento de los casos de pedofilia, que HOY le echan en cara a la Iglesia, son de ayer, de 1980 para atrás: cuando los señores de HOY -ofendidos, hasta cierto punto, según se va sabiendo- eran acólitos de sacristía. Y como este escándalo es plato abundante que da para muchos -los abogados, que cobran sumas estelares; los 'ofendidos', que aprovechan para echarles el agua sucia a los curas y embolsarse unos cuantos pesos; la prensa amarillista, que se vende como pan bendito; los enemigos represados de la Iglesia que encuentran ahora la oportunidad de vomitarse en ella, y otros muchos más- todos -se les ve el apetito voraz en los ojos- ocupan su puesto, a la mesa de Voltaire, y se sienten plenos y ufanos, con las narices en la cloaca.

Aclaremos un poco este enredo que se formó de repente, como manto de espuma sucia -que recuerda los 'aromas' del río Bogotá, antes de dar el Salto-.

Preguntémonos ¿qué hay detrás de estos insultos a la Iglesia?

¿Qué es la Iglesia, que tanto atacan? Seguramente, entienden por Iglesia lo que tanta gente cree: el Vaticano, la jerarquía, todos los obispos, con el Papa a la cabeza, y posiblemente imaginan, allá en trastienda, el rebaño de los fieles más devotos. Todos los lectores podríamos jurar que ninguno de ellos ha 'tocado' a un niño. Entonces, se refieren a ese 1 por ciento de los cuatrocientos mil curas dispersos por todo el mundo -estos, entregados heroicamente al servicio de los más pobres y de los fieles, en general; de estos, no dicen nada; los ignoran por completo-. Los que cuentan son los pocos que hace 20 o 30 años se dejaron seducir por el demonio de la carne y cayeron. Pregunto: y los insultantes, que así se desahogan, ¿qué estarán encubriendo? ¿Por qué no destapan su cloaca? ¿Solo huele la de los curas? Así parece. La de ellos ha recibido tratamiento: es inodora. ¡Oh prodigio!

Entonces, ¿por qué las pagan los obispos y el Papa? ¿Porque son el rostro de la Iglesia? Supongámoslo, en gracia a la imagen. Son el rostro de la Iglesia. Lo más visible. Y hay que insultar a la cara. Nadie insulta al pecho ni a los pies. No, a la cara de la Iglesia. Allí aparece ella. Hay que ofenderla. Humillarla, hasta la sevicia, sin ningún amor filial. Escupirle a la cara, para ensuciársela de bilis. Y te pregunto, volteriano de pura raza, ¿insultarías a tu madre, a la cara, le escupirías, si supieras HOY, que hace 20 o 30 años fue proxeneta? ¿Y lo propalarías a los cuatro vientos? Estarías escupiendo para lo alto y te caería luego en la cara.

Entonces, ¿qué se esconde detrás de tanto insulto? ¿De dónde salen tantas suciedades? ¿Del amor? No. Del ODIO, sí, del ODIO, en mayúscula, porque mayúsculo es el odio que le tienen a la Iglesia. Sí, señoras y señores, que me leen asustados: lo que está detrás de tanto insulto a la Iglesia es el odio; y no recuerdan que el odio hace más daño al que lo lanza que al que lo recibe, quien, después del chaparrón, se limpia la cara con un lienzo de lino, y mira sereno y puro. Como Jesús, después de que lo abofeteó y escupió la chusma estúpida: los insultos y escupas le purificaron el rostro, que millones y millones de creyentes de todo el mundo besaron y adoraron este Viernes Santo.

Odio escondido, que HOY están haciendo manifiesto.

Odio vil e inhumano que HOY están haciendo pasar por el deseo limpio de ver a la Iglesia inmaculada. ¡Mentiras!

Odio estéril e infecundo que HOY están esparciendo en los surcos de la Patria y mañana recogerán en la suerte de sus hijos.

Odio asesino, que HOY intenta vanamente matar a la vida, y lo están haciendo pasar por amor a la madre.

Odio volteriano, heredado en línea recta del mayor boquisucio que ha tenido Francia en su historia, y HOY vomitan sus fieles seguidores.

No corre sangre por las venas de estos volterianos; corre bilis, bilis negra y sucia; sólo bilis, sólo ODIO.

Queridos lectores: no manchen sus ojos leyendo las columnas de estos volterianos. Los ojos de ustedes merecen respeto.

23 Abr 2010

Los pecados del alma

Mauricio García Villegas

Por: Mauricio García Villegas

EL SACERDOTE ALFONSO LLANO, EN su columna de la semana pasada, la emprende contra quienes critican a la Iglesia por su actitud negligente con los curas pederastas.

¡Volterianos! (discípulos de Voltaire) les dice el padre Llano; gente que “en lugar de sangre tiene bilis negra y sucia”. Si los pederastas son sólo el uno por ciento de los cuatrocientos mil curas que tiene la Iglesia, se pregunta Llano, ¿por qué tanto escándalo? Además, ¿dónde están los pecados de esos volterianos? ¿Dónde está su cloaca? Así como un hijo no insulta a su madre proxeneta, termina diciendo Llano, tampoco ataca a su iglesia.

Con todo respeto, padre Llano, creo que hay mejores maneras de defender a la Iglesia católica. En primer lugar, porque el odio que usted hace pasar por las venas de los volterianos —denominación que parece más un elogio que un insulto— puede fácilmente atribuirse a su comentario. Pero bueno, eso es detalle. Lo que no es un asunto menor es decir que los pedófilos son sólo el uno por ciento —¿cuatro mil?, yo pensé que eran menos— y que los que critican también pecan. Bueno, no creo que haya que explicar por qué los pecados de unos no se compensan con los de los otros. Menos convincente aún es su idea de que a la Iglesia, como a la madre, no se le insulta.

Todo esto me lleva a pensar que no son tanto los volterianos los que sacan al padre Llano de casillas, sino los creyentes que, con motivo de estos escándalos terminan renegando de su fe y sobre todo de su fidelidad a la Iglesia. Es también contra ellos que van dirigidas las advertencias, y el odio, de Llano.

Esto no es nada nuevo. La Iglesia siempre ha sido complaciente con los pecados que se originan en las pasiones humanas: matar por furia, robar por codicia, fornicar por lujuria, todo eso formar parte de la naturaleza humana, creada por Dios, frágil y pecaminosa. Por eso hay que perdonar. Más aún, esas pasiones incontenibles son la fuente del arrepentimiento, de la fe y de la obediencia a la Iglesia. En este “valle de lágrimas”, pecar y arrepentirse es algo así como el curso natural de la vida. Por eso la Iglesia no menosprecia a los pecadores; al contrario, los acoge y los quiere; sólo les exige que se arrepientan. Ahí, en la humildad de los arrepentidos, incluida por supuesto la de los curas pecadores, está la clave de la sumisión ciega de los católicos, sobre todo de los sacerdotes, a su autoridad eclesiástica. No en vano a los creyentes se les llama fieles.

Pero así como la Iglesia siempre perdona los pecados que se originan en las pasiones carnales, es inclemente con los pecados del alma, es decir con la falta de fe, con la duda. Así como el adúltero y el pedófilo son vistos como arrepentidos potenciales, el incrédulo, sobre todo el que se atreve a hacer públicas sus dudas, es visto como un traidor peligroso. Los enemigos de la Iglesia son los enemigos del pecado, no los pecadores. El incrédulo es un malhechor; el pecador, en cambio, es un hijo pródigo. Por eso, para Llano, el que duda de la autoridad de la Iglesia por causa de los crímenes de sus sacerdotes, comete un pecado de fe, que es infinitamente mayor que los pecados de la carne cometidos por éstos.

Cuando oigo decir que “Colombia es pasión” y veo el “sagrado corazón” que utilizan para esa publicidad turística, pienso en lo mucho que todavía dependemos de esa concepción católica tradicional que predica el padre Llano.

* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de DeJuSticia

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