viernes, 19 de febrero de 2010

Academia y país

18 Feb 2010 - 10:44 pm

Yesid Reyes Alvarado


Por: Yesid Reyes Alvarado
“ESTÁIS ESPERANDO MIS PALABRAS. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”.

Con estas palabras comenzó don Miguel de Unamuno, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, una pequeña oración de respuesta a las duras palabras que ese 26 de septiembre de 1936 habían pronunciado algunos fascistas contra los académicos en el Paraninfo mismo de ese centro universitario: “Mueran los intelectuales”, acababa de gritar el general Millán Astray, quien luego fuera jefe de propagada de Francisco Franco.

“Este es el templo de la inteligencia”, respondió Unamuno. “Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. Esta última oposición de “la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza” le costó al Rector de Salamanca su cargo, pues su dimisión le fue solicitada por la Junta de la Universidad ese mismo año.

Sir Bertrand Russell no pudo impartir clase en la Universidad de Nueva York, porque las ideas liberales que pregonaba resultaban incómodas para un sector de la clase dominante, que se las ingenió para conseguir la revocatoria de su designación como catedrático; es uno de los más vergonzosos actos de que se tenga noticia en contra de la libertad de cátedra.

El propio Sócrates fue condenado a muerte por corromper a sus jóvenes discípulos con ideas que se apartaban de las imperantes en aquella época; el filósofo, que podría haber evitado su sacrificio admitiendo cambiar su línea de pensamiento, prefirió morir en defensa de sus ideas.

Mucha polémica han despertado las intervenciones del rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y de otros dos profesores en desarrollo de un foro al que asistió el Presidente de la República. Se les censura el matiz político de su discurso, como si la labor de un académico fuera la irreflexiva reiteración de conocimientos previamente adquiridos y no el permanente cuestionamiento del mismo, con absoluta independencia de si esa postura crítica se orienta a aspectos de naturaleza puramente científica o a actuaciones o decisiones de quienes forman parte de un gobierno.

Los académicos pueden optar por pronunciarse a través de enigmáticas frases abiertas a varias interpretaciones, como cuando el rector Fernando Hinestrosa declaró estar “a favor del fortalecimiento de las instituciones y de los principios democráticos”, o por medio de cuestionamientos directos como los planteados por el rector Isaza. Lo realmente importante es que se les permita expresarse con libertad, que se controviertan sus opiniones en el mismo plano intelectual en el que ellas se formulan (como tuvo oportunidad de hacerlo el presidente Uribe en esa ocasión). Si se despreciara menos el trabajo y la importancia de la universidad, hoy no estaría el país presenciando cómo se cae a pedazos una reforma al sistema de salud que no ha resistido las críticas de unos académicos cuya opinión debería haberse consultado antes y no después de la expedición de las controvertidas normas.

  • Yesid Reyes Alvarado

Tomado de El Espectador




El discurso de Unamuno y el ambiente político social


El 12 de octubre de 1936, España vivía el flagelo de la guerra civil y las tropas de Franco habían ocupado casi toda la parte oeste del país, estableciendo su capital en Salamanca. Miguel de Unamuno era el rector de la vieja Universidad y asistía a la conmemoración del “día de la raza” (España celebra hoy el día 12 de octubre –fecha de la llegada de Colón a las Antillas- sin ninguna alusión a raza) en el salón de Actos de la misma, rodeado por los más altos dignatarios, militares y civiles, de la facción revoltosa nacionalista. Sólo Franco no estaba presente, pero se hizo representar por su mujer. Unamuno decidirá no hacer uso de la palabra a pesar de ser el rector en ejercicio, pero las circunstancias creadas por los discursos anteriores y, sobre todo, por la intervención exaltada del general Millán Astray contra los que decía que serían los “malos españoles”, vascos y catalanes, lo que fue aclamado como el tristemente conocido grito de “viva la muerte”!, lo hicieron cambiar de idea. En su intervención Unamuno dice lo siguiente (apenas existe un registro testimonial de este discurso, que no fue escrito.):

«Voy a ser breve. La verdad es más verdad cuando se manifiesta desnuda, libre de adornos y palabrería. Quisiera comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray, quien se encuentra entre nosotros. Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombardeos de la segunda guerra carlista. Más adelante me case con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero sin olvidar jamás mi ciudad natal [...]

Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de “Viva la muerte”! Esto me suena lo mismo que “Muera la vida!” Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. Y otra cosa! [Unamuno comienza a exaltarse con sus propias palabras] El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra.
También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda.

Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de sicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido como dije, que carezca de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de mutilados alrededor de él [...]”
En este momento Millán Astray comienza a gritar “Muera la inteligencia!”, a lo que Unamuno responde:

“Este es el templo de la inteligencia! Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho.”
Salió de la sala del brazo de Carmen Franco, entre los gritos exaltados de los falangistas y otros aliados de los nacionalistas. Se recogió en la casa de la cual pocas veces volvió a salir hasta su muerte, el 31 de diciembre de ese año.

Este episodio ocurrido en Salamanca el 12 de octubre de 1936, cuando en España se fusilaban personas por las razones más fútiles, quedo como símbolo de un acto de coraje del rector de la Universidad, contra todos los “muera la inteligencia!” y “viva la muerte” de este mundo. Cuando hablo de Universidad, sea cual sea el tema no consigo abstraerme de existió Miguel de Unamuno, rector de Salamanca.


Tomado de Piensa Chile



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